Viaja el Sevilla a Buenos Aires, lo que siempre es un inmenso placer aunque la ciudad y el país se encuentren devastados por un régimen cleptómano enrocado en unas prácticas democráticas de baja intensidad e incluso abiertamente antidemocráticas. Al visitante ocasional no le importa: es un lugar fascinante. No tiene demasiado interés deportivo, por no decir ninguno, un partido encajado con calzador en un calendario cargadísimo para los sevillistas, que además no contarán con sus internacionales. River Plate acaba de empezar, como quien dice, una temporada insensata que prevé una liga de 30 equipos más el maratón de encuentros internacionales que se juegan en la región. Hace lustros que el fútbol argentino de clubes, y el sudamericano en general, no tiene demasiado que aportarle al primer mundo.
Aunque Pepe Castro no viaja, debería encomendar una tarea a Monchi, que encabeza la expedición: la elaboración, tras conversación con la dirigencia de River, de un completo informe sobre los riesgos que corren los clubes que pecan de permisividad con sus aficionados más radicales. El pecado capital del magnífico presidente y del excelente director deportivo del Sevilla es su peligrosa cercanía a los ultras, en la ignorancia de la enseñanza clásica de que un tigre no puede ser cabalgado. “Barra brava” llaman en Argentina a estas bandas de delincuentes y una de las más peligrosas campa en el barrio de Núñez bajo el nombre de “Los borrachos del Tablón”. Su poder es inmenso, tanto como el que actitudes en el pasado poco rotundas, o directamente cómplices, le han permitido acumular. Revenden entradas, comercian con la imagen del club y si Bruce Springsteen da un concierto en el Monumental, ejercen de aparcacoches extorsionadores, valga la redundancia; ejecutan incluso trabajitos sucios para los políticos o mafiosos, pues allí no se distingue bien entre unos y otros.
Hace algunos años, hubo varios muertos en una balacera en la sede social de River Plate. Los capos ultras celebraban un asado en el quincho y fueron tiroteados por otros miembros de “Los borrachos del Tablón”, pero de una facción rival. Era una guerra interna por el control de la barra brava, fuente de pingües negocios. Aquí aún estamos lejos de eso pero convendría ir aplastando el huevo de la serpiente (Bergman). Como todo el mundo, Javier Tebas tiene virtudes y defectos, visiones acertadas y erradas: ojalá los clubes le hagan caso en este asunto concreto.