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Los toreros estuvieron por encima de la corrida de toros, a la que le faltó fuerza, clase y raza. Ningún toro de Victoriano del Río rompió de verdad para adelante. Algunos, incluso, se rajaron. Pues Manzanares acabó con dos orejas en su esportón. Complicado de explicar, porque el que no haya visto la corrida pensará que el lío habrá sido de cualquier manera. Todo se debería haber quedado en una vuelta al ruedo a su segundo, pero Sevilla, su afición, volvió a convertir la plaza de toros en Motilla del Palancar. No sé qué hubiese pasado si le llega a embestir un toro por derecho. ¿Un rabo? Y la pata, quizás. Todo puede pasar en esta verbena llamada Maestranza. Seguramente, si el alicantino es más feo, moreno y llega a ser de Dos Hermanas, Los Palacios o de la Alameda de Hércules, no pasa nada. Pero era Manzanares. En la grada se escuchaba: "por ahí caben dos tranvías". No les faltaba razón. Ganas no le faltaron a Manzanares, pero su toreo es muy normal. El problema (uno de ellos) es que no hay aficionados, lo que sí hay en Madrid. Los condimentos de la faena brillaban por su ausencia. Uno más, pero en guapo. Para los que le guste el fútbol, Cristiano Ronaldo en cuerpo, pero Babá en alma. Eso sí, dos estoconazos imperiales. Fue lo mejor de la tarde, además del tercio de banderillas de Curro Robles (otra vez), en el primero de la tarde. Ahí se quedó todo. Lama de Góngora tomó la alternativa, aunque sin fortuna, o con ella, porque el primero de la tarde fue el ideal. Poca fuerza, con calidad y sin empujar. Para qué más si delante no hay más. Enrique Ponce, sin opciones.
