En el fútbol, existen las finales y también los partidos de mayor o menor trascendencia. Hay amistosos de pretemporada, que tienen la importancia que tienen, y al final de todo están los encuentros molestos en su insignificancia: ésos son los que, por poner un ejemplo que todo el mundo entenderá, ha disputado y disputará el Sevilla en Liga mientras siga vivo en la competición continental. La temporada sevillista quedará definida en Rusia. Será (de nuevo) sobresaliente si logra hollar otra semifinal europea tras eliminar a tres señores rivales o notable si cae en San Petersburgo. Los partidos de los domingos, así, son pura farfolla, un amuse-bouche para entretener la espera entre un jueves y otro, carnaza para los medios que fomentamos la hiperinflación de noticias futbolísticas. Daba exactamente igual ganar 0-3 en Granada que perder 5-0 e importa una higa tener cuatro puntos menos que dos más que el Valencia, un club que a falta de una gloria verdadera que perseguir durante la temporada, ha creado artificialmente el aliciente de la Cateto’s League (con el chino de Mestalla nos vamos a descojonar a corto plazo, ya lo verán). En otro tiempo, por hacerle un favor al hermano Pina, el entrenador de turno habría alineado a Bacca de portero en Los Cármenes… Sinceramente, ¿para qué querría un aficionado la cuarta plaza? En el caso del Sevilla, el “logro” sólo se traduciría en una subida del precio de los abonos y un mayor pago de comisiones pues en el mercado de fichajes, cada entidad tiene asignado con exactitud el perfil de su “target”: aquí, en Champions o en UEFA, se vende a Rakitic para comprar a Krychowiak (bien está, que conste). La diferencia es que Krychowiak cuesta cuatro millones si juegas la UEFA y ocho si juegas la Champions.