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Si hay algo que detesta el aficionado al fútbol es detectar síntomas de inferioridad, conformismo y debilidad mental en su equipo. El hincha es capaz de asumir las derrotas pero se rebela ante la mediocridad. Sueña con las victorias pero alimenta su alma con la ambición de sentirse orgulloso de los suyos. La frase es del recién fallecido Eduardo Galeano: "En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol". Es tal la vinculación y la pasión en la relación que no se permiten las infidelidades.
Llevamos años analizando las teclas que este club tocó para pasar de una despreciable escasa ambición a un alto nivel de inconformismo y espíritu rebelde. Posiblemente, nadie lo sabe, el Sevilla caiga en tierras rusas y acabe agotado de perseguir al Valencia. O, quizá, el triunfo vuelva a acompañarlo. Los títulos han engrandecido su historia, pero su mayor éxito es garantizar la continuidad de un alma ganadora que fortalece al club, otorga personalidad al presidente, anima a crecer a Monchi, presiona y exige a los futbolistas y se inventa cosas tan prometedoras y curiosas como el Emerismo.
